
Cuando se acerca el Día de Canarias, el corazón insular late más fuerte. No por nostalgia, sino por orgullo. Por memoria. Por esa manera única que tienen estas islas de enseñarte a vivir con el viento en la cara y la lava en la sangre.
Y si hay dos islas donde el alma volcánica se siente sin filtros, son Fuerteventura y Lanzarote. Allí donde la tierra aún cruje en silencio y el mar no es solo agua, sino historia.
En Fuerteventura, el viento no molesta, baila. Es ese alisio que te despeina y te despierta, que ha modelado las dunas y que huele a salitre y gofio. Los majoreros lo saben: vivir aquí es tener una relación íntima con la luz, con los cielos infinitos, con la calma que solo se entiende cuando dejas atrás el reloj.
Y Lanzarote… Ah, Lanzarote. Tierra negra y fuego dormido. De viñas que crecen en ceniza, como un milagro. Porque solo aquí la malvasía sabe así: dulce, mineral, con ese eco de Yaiza y La Geria que te cuenta sin palabras cómo es amar esta isla. Amar a los conejeros, que han aprendido a cultivar belleza donde todo parecía estéril.
Sumergirse en sus aguas no es solo un baño, es una forma de ser. Hay quien lo hace en pleno diciembre, con camiseta de manga corta y la piel curtida por un verano que nunca se va. Y hay quien espera al verano como quien espera una fiesta, abrigándose con una chaqueta ligera cuando el termómetro marca 23 grados. Porque ser canario también es eso: vivir en el eterno verano, o anhelarlo todo el año.
En estas tierras, el tiempo se cocina lento: en papas arrugadas, en mojo rojo que pica más que una despedida, en un queso majorero que guarda en su corteza el alma de las cabras y de quienes las cuidan. Y en el plátano, claro, porque no hay nada más canario que disfrutar de uno en su mejor momento.
Este Día de Canarias no es solo una fecha: es una sensación. Es saberse parte de algo antiguo, volcánico y vivo. Es mirar al horizonte y saber que, aunque el mundo gire, aquí seguimos firmes, como Timanfaya, como el macizo de Betancuria.
Desde R2 Hotels, celebramos este día con la emoción de quienes no solo trabajan aquí, sino que también sienten que pertenecen. Porque ser canario no siempre se hereda: a veces, se elige.
Feliz Día de Canarias, conejero. Feliz día, majorero. Y a todos los que aman estas islas: que el volcán les siga latiendo dentro.